Autócratas, oligarcas y nosotros: Un momento de crisis para el internacionalismo responsable

23 de septiembre de 2022

Mientras los líderes mundiales se reúnen en Nueva York para celebrar la Asamblea General anual de las Naciones Unidas, el internacionalismo responsable -la idea misma sobre la que se fundó la ONU- se enfrenta a un momento de crisis. El Secretario General, António Guterres, subrayó esta idea en su discurso de apertura: "Estamos atascados en una disfunción global colosal".

Los repetidos fracasos de la respuesta internacional a la guerra entre Rusia y Ucrania, la crisis del cambio climático, los retos energéticos y de seguridad alimentaria y la pandemia demuestran que las perspectivas de cooperación languidecen. Justo ahora que estos retos a escala mundial se sienten en las mesas de las cocinas de todas partes, las instituciones internacionales están fracasando. En este vacío cabalga una ola de oportunistas.

En la actualidad, dos visiones distintas se han alzado en oposición al internacionalismo responsable, cada una de ellas compitiendo por dar forma y dominar el futuro de la política mundial. Estas visiones han cobrado vida a través de poderosos líderes inspirados por agravios y animados por nuevas oportunidades que se aprovechan de algunos de los peores instintos de la humanidad.

La primera visión, y la más audaz, es el etnonacionalismo, encarnado y expresado quizá "mejor" por Viktor Orbán, el líder autocrático de Hungría. Orbán ha dejado claro cómo quiere que sea el mundo: lealtades de sangre y tierra, fronteras cerradas, políticas de hombre fuerte y el uso del poder del Estado para promover los valores tradicionales sobre la familia y la sexualidad.

El año pasado, Orbán amplió su agenda autodenominada "antiliberal" y buscó externalizar su modelo a otros países. Mientras seguía recortando la independencia de los medios de comunicación, las universidades y el poder judicial húngaros, denunció "un mundo mestizo"y utilizó sus discursos para arremeter contra los inmigrantes y el matrimonio homosexual. En su aparición en la conferencia CPAC de Austin Texas, proclamó su defensa de los valores cristianos como un contraste directo con el libre pensamiento, la apertura y el pluralismo.

En el mundo de Orbán, los globalistas son el enemigo. Las empresas, las finanzas, los medios de comunicación y las universidades están controlados por fuerzas externas, lo que suele ser un detonante de teorías conspirativas y un tropo para el antisemitismo. Esta perspectiva deja poco margen, si es que deja alguno, para la cooperación internacional. La guerra cultural de los nacionalistas es una guerra total, un juego de suma cero en el que supuestos enemigos distantes se confabulan para explotar a la nación y a su pueblo.

Una segunda visión que se opone firmemente al internacionalismo responsable es la visión libertaria y descentralizada expresada por un grupo ascendente de oligarcas occidentales ejemplificado por Elon Musk y Peter Thiel. El pleno florecimiento de la tecnología digital confiere un enorme poder a sus inversores y líderes, configurando el panorama de los medios de comunicación, las oportunidades económicas y, cada vez más, nuestras vidas políticas y sociales.

Estos nuevos oligarcas gozan de prestigio social y atraen la atención de un amplio público, muchos de ellos como celebridades. Su agenda se caracteriza por una menor regulación y un escepticismo hacia las instituciones. Por convicción, defienden las innovaciones en criptomoneda, la prolongación de la vida y los viajes espaciales. ¿Qué tienen en común estas ideas? Todas dependen de un individualismo heroico potenciado por las virtudes del riesgo y la disrupción.

Si la visión oligarca se hace realidad, los Estados perderán relevancia en favor del dominio y la influencia de las mayores empresas que trascienden fronteras. En su visión del mundo parece haber poco o ningún imperativo moral para abordar cuestiones urgentes de desigualdad, por no hablar de la necesidad de solidaridad en torno a los retos comunes a los que se enfrenta la humanidad. En el mundo de los oligarcas, a los individuos superpoderosos les irá bien, el resto estará a su merced.

En este momento increíblemente frágil de la política mundial, necesitamos proponer una tercera visión, una que contrarreste claramente la amenaza etnonacionalista y oligárquica y nos permita unirnos para hacer frente a las cuestiones existenciales de nuestro tiempo.

El mundo espera un nuevo y convincente manifiesto a favor de un internacionalismo responsable que ponga de relieve el imperativo moral de la cooperación internacional. Su ausencia hasta ahora es un misterio, que quizá se explique mejor por la fractura y polarización del entorno político, favorecido por un público desvinculado y sin derechos que se siente impotente para forzar el cambio.

Sugiero que dicho manifiesto comience con una única proposición: Los intereses propios siempre están ligados a los intereses de los demás.

A este respecto, cabe señalar que Adam Smith comenzó su libro Teoría de los sentimientos morales con un primer capítulo titulado "Sobre la simpatía". Su posterior obra sobre economía giraba en torno a la proposición de que ninguna persona o nación puede prosperar sin tener en cuenta las necesidades e intereses de los demás.

La indivisibilidad de los intereses define nuestras vidas y, sin embargo, paradójicamente, este hecho permanece casi invisible. Lamentablemente, las colaterales daños colaterales de Ucrania pueden revelar esta verdad más pronto que tarde: La escasez de alimentos en África y Oriente Medio, la escasez de energía en Europa y Norteamérica y la crisis nuclear en Zaporizhzhia son pruebas en tiempo real.

Hay más ejemplos de intereses indivisibles conocidos hasta el cliché: el más obvio es el posible rebasamiento del objetivo climático de limitar el calentamiento por debajo de 1,5 grados centígrados. ¿La falta de progreso se debe a la indiferencia, al agotamiento o a la falta de visión y liderazgo? La respuesta probablemente sea un poco de las tres cosas.

Se ha dicho que hay dos tipos de hombres de Estado: los arquitectos y los albañiles. Sin una nueva generación de ambos que diseñe y construya una nueva y apasionante era para el internacionalismo, corremos el riesgo de caer en las visiones de los autócratas y los oligarcas, contentos como están de disfrutar de sus privilegios sin mayores responsabilidades.

Joel H. Rosenthal es presidente de Carnegie Council for Ethics in International Affairs.

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