Este artículo apareció originalmente en el blog blog de Ética y Asuntos Internacionales.
En los últimos posts, hemos debatido sobre las distintas narrativas que podrían atraer a los votantes para dar una idea del papel de Estados Unidos en los asuntos internacionales. Sin embargo, en la última reunión del grupo de estudio sobre el compromiso global de Estados Unidos, también abordamos la realidad de que entre el electorado, especialmente desde las elecciones de 2016, hay una contra-narrativa en juego. Esto es algo que la profesora Tatiana Serafin, en particular, ha estado trazando en su trabajo sobre el periodismo estadounidense y su impacto en el público.
Lo que podría denominarse la "antinarrativa" tiene dos vertientes principales.
La primera es una desconfianza generalizada hacia los medios de comunicación. Hay que desconfiar de la información, y los hechos o acontecimientos que chocan con los sentimientos y preferencias personales deben considerarse "noticias falsas". Esta tendencia se ve impulsada por la mayor facilidad que ofrecen las nuevas tecnologías para introducir noticias falsas en el torrente mediático o por un enfoque de la información que justifica el fin (como reciclar imágenes de acontecimientos no relacionados si falta una imagen convincente). El resultado final, como señala David Graham, es: "Más que hacer que la gente crea cosas falsas, el auge de las noticias falsas está dificultando que la gente vea la verdad".
La segunda es la"muerte de la pericia". La primera manifestación de esto es plantear que la opinión de cualquiera es tan buena como la del siguiente. Pero una segunda tendencia es suponer que no existe una evaluación desapasionada y analítica, que todos los juicios se basan en la expectativa de obtener un beneficio personal. En otras palabras, un "experto" que defiende una determinada opción política (intervención en un conflicto, un acuerdo comercial, etc.) lo hace porque espera beneficiarse de ese resultado o porque le pagan unos intereses para que ponga su potencia intelectual al servicio de esa opción. Una vez más, los escándalos sobre los programas de think tanks que pagan por jugar y las relaciones beneficiosas entre grupos de interés e intelectuales públicos contribuyen a erosionar la credibilidad imparcial de la comunidad de expertos, y esto se manifiesta en la respuesta inmediata, en Twitter, a las opiniones de expertos con las que los oyentes no están de acuerdo para proclamar que el experto en cuestión debe estar en la "nómina" (de los hermanos Koch, George Soros, etc.).
Así que la combinación de ambos produce una narrativa según la cual la política exterior estadounidense es un juego de manipulación, y que los medios de comunicación y las comunidades de expertos, en lugar de ayudar a educar a los votantes, forman parte de ese proceso de manipulación. La extensión lógica es que la ignorancia es una condición preferible, y que la experiencia es un lastre, en lugar de una mejora.