Plataformas digitales y democracia: Oportunidades para evolucionar juntos

25 de mayo de 2022

Las tecnologías sociales han sido, y probablemente seguirán siendo, fundamentales en la transformación digital global del siglo XXI. Las tecnologías sociales pueden mejorar la democracia haciéndola más inclusiva, deliberativa, receptiva y responsable, pero en la última década las plataformas de medios sociales se han visto asediadas por acusaciones de ser perjudiciales para la democracia.

En el entorno actual puede sonar extraño, pero en sus inicios, defender la democracia formaba parte de las esperanzas depositadas en Internet. Sus partidarios creían que su accesibilidad universal supondría la "democratización" del mundo, conectando comunidades y naciones en una "aldea global".

El hecho de que la transformación digital haya tenido problemas para cumplir lo que una vez parecía casi seguro ha confundido a plataformas, partidos políticos y ciudadanos de todo el mundo. Los dedos acusadores apuntan en múltiples direcciones para explicar por qué esto no se ha materializado, mientras que personas bien informadas de algunas de las mayores empresas digitales señalan que, aunque la gente tenga buenas intenciones, los modelos de negocio de las plataformas digitales dificultan la remodelación de las estructuras de incentivos o el cambio de las políticas internas que conducen a externalidades negativas para los usuarios y las comunidades.

Otros argumentan que la desinformación y/o la desinformación han proliferado en las plataformas digitales, ayudadas por la administración autónoma de algoritmos que buscan la atención de los usuarios. Otros sugieren que la principal amenaza para la democracia procede de los regímenes autoritarios que explotan los datos para oprimir la libertad de expresión y la actividad política.

Cada uno de estos argumentos tiene mérito, sobre todo porque no se excluyen mutuamente. Sin embargo, ninguno de ellos pone de relieve formas quizá más fundamentales en las que las plataformas digitales -tal y como están estructuradas en la actualidad- podrían llegar a ser más democráticas en su uso y estructura.

El concepto popular de democracia -especialmente cuando se relaciona con las plataformas digitales y las tecnologías sociales- hace hincapié en el papel de la participación. El término "democratización" se ha hecho omnipresente en los últimos años, refiriéndose invariablemente a la reducción del coste de acceso a la información y a las redes.

La participación, sin embargo, es sólo una parte de la democracia. En la teoría y la práctica democráticas, también es fundamental instituir la igualdad política entre los ciudadanos y garantizar que éstos puedan ejercer una influencia y un control significativos sobre la gobernanza de su sociedad. Esto equivale a establecer la propiedad colectiva. En la actualidad, los modelos de plataformas digitales ofrecen participación, pero su propiedad sigue estando en manos de los accionistas y no de las partes interesadas. Esto crea un cisma político.

La propiedad del proceso de gobernanza es igual de importante en las democracias actuales. Por ejemplo, la Constitución de Estados Unidos comienza con "Nosotros, el pueblo... ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América", lo que significa la responsabilidad del pueblo y su compromiso con la unidad de la nación.

Aquí es donde las plataformas digitales y las tecnologías sociales tienen la oportunidad de evolucionar y apoyar democracias sanas, habilitando aspectos básicos de la democracia.

En su estado actual, las tecnologías sociales y sus plataformas subyacentes son mantenidas y propiedad de empresas y no de gobiernos, por lo que hay muy poco sentido de propiedad colectiva. Los usuarios participan, pero no son dueños del proceso de gobernanza de los espacios que habitan. Trabajar en cómo reestructurar estos espacios, quizá mediante aplicaciones descentralizadas e infraestructuras de la Web 3, podría empezar a devolver la propiedad a los ciudadanos, tanto en el mundo real como en el virtual.

En segundo lugar, por el momento, la ley predominante que rige un entorno de medios sociales es el código, que por supuesto es creado y validado por empleados o desarrolladores externos, en lugar de ser ratificado por los usuarios. Los algoritmos, especialmente los motores de recomendación, discriminan intrínsecamente al segmentar y dirigir a los usuarios. Esta discriminación dentro de la plataforma va en contra de la integración de la población de usuarios. Las plataformas, sin embargo, podrían empezar a diseñar nuevas formas para que los algoritmos conecten a usuarios que no están designados en segmentos de marketing similares, amplíen las perspectivas y experiencias a través de recomendaciones diversas y generen formas inclusivas de conectar a comunidades dispares o no vinculadas.

Por último, para aquellos preocupados por la privacidad de los datos, las plataformas digitales centralizadas están actualmente privatizando y monetizando archivos que podrían utilizarse con fines de integridad social. Es comprensible que los datos de los alojamientos sean esenciales para prestar servicios a las personas, pero el modelo de utilizarlos para obtener ingresos -en lugar de exclusivamente al servicio de la persona, el bienestar político del pueblo y su protección para el futuro- podría cambiarse. Aquí tenemos la oportunidad de replantearnos cómo se poseen, almacenan, valoran y utilizan los datos para apoyar el poder colectivo de las personas en su apropiación del espacio social y político.

La colaboración entre las partes interesadas podría ayudar a cambiar el modelo actual de datos con fines de lucro a datos en servicio; de algoritmos de discriminación a algoritmos de inclusión; y de mediadores centralizados de datos personales a la propiedad descentralizada de espacios sociales digitales y la ratificación del código que conecta a los usuarios.

No deberíamos descartar la democracia en el siglo XXI. La democracia puede prosperar en un mundo digitalmente mejorado y mediado. Sin embargo, debemos cuidar sus cimientos y asegurarnos de que las tecnologías sociales -y los espacios sociopolíticos de facto que crean- se rijan por un contrato tecnosocial capaz de fusionar los derechos del mundo físico con los del mundo digital.

Puede que las plataformas digitales, los responsables políticos y los ciudadanos no estén familiarizados con este aspecto. Puede desafiar las limitaciones técnicas de la infraestructura digital. No obstante, se necesitan innovaciones urgentes para que los ciudadanos híbridos de este mundo cada vez más físico-digital puedan ejercer una propiedad significativa.

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