Este artículo apareció originalmente en el blog Ethics & International Affairs.
En un post anterior, analicé algunos de los marcos éticos para evaluar la guerra comercial con China, temas que se ampliaron en un podcast para Carnegie Council. Los comentaristas que respondieron a esos puntos han querido profundizar en las consideraciones éticas del comercio a gran escala y la interdependencia económica con un Estado antiliberal.
Como he señalado, los supuestos éticos -las apuestas gemelas, en realidad- eran los siguientes: 1) el aumento del comercio y la expansión de los vínculos económicos entre Estados Unidos y China reducirían la posibilidad de conflicto al hacer a los dos países tan interdependientes que ninguno se arriesgaría al daño que causaría una ruptura abierta y un recurso a la fuerza a gran escala; y 2) la mayor integración china en el mercado estadounidense crearía las condiciones para la liberalización interna.
Por cierto, no se trataba simplemente de una suposición con respecto a China, sino que se consideraba la mejor vía para promover la democratización en todo el mundo.
Por eso he leído con gran interés el informe elaborado por Edward Lemon para el Foreign Policy Research Institute sobre los últimos acontecimientos en Uzbekistán. El aumento de la inversión y el compromiso extranjeros no está produciendo una democratización, sino una "modernización autoritaria", en la que determinadas reformas están diseñadas para legitimar un autoritarismo más suave. La descripción que hace Lemon del presente de Uzbekistán puede leerse, en cierto modo, como una descripción del pasado de China. En ambos casos, la modernización autoritaria produce "beneficios genuinos para la población, como una menor represión y los beneficios económicos de una mayor inversión extranjera". Sin embargo, Lemon concluye que, en Uzbekistán, "aunque el sistema se está modernizando, hay pocas pruebas de que ello vaya a traducirse en una liberalización política". Esto podría resumir fácilmente la evaluación actual de la gran apuesta de las últimas tres décadas del enfoque estadounidense hacia China.
Pero Lemon también saca a colación otro punto que debemos considerar ahora. Parte del planteamiento de la"comunidad democrática" que Ash Jain ha estado defendiendo aboga por reorientar los vínculos comerciales y económicos entre Estados Unidos y China, alejándolos en cierta medida de Pekín y acercándolos a otras democracias, de modo que haya una mayor coincidencia entre los valores compartidos y aquellos con los que hacemos negocios. Pero, ¿querrán las empresas, incluso las de Estados democráticos, renunciar a los mercados de la comunidad "autoritaria mejorada"? En el pasado, los autoritarios representaban una pequeña parte del conjunto de los mercados mundiales, pero como señala Lemon, "desde el final de la Guerra Fría, la parte del producto interior bruto mundial producida por los Estados autocráticos ha aumentado del 12 al 33 por ciento... La mitad de los diez países con mayor renta media están clasificados como 'no libres' o 'parcialmente libres' por Freedom House". Mientras que las guerras comerciales pueden cerrar mercados de forma involuntaria, un llamamiento a reducir o restringir los vínculos comerciales con los "autoritarios mejorados" podría encontrar una audiencia menos receptiva entre las empresas de los Estados democráticos, dado el tamaño y el poder adquisitivo de esos mercados, que podrían argumentar que los "autoritarios mejorados" son suficientemente buenos en lo que se refiere a cuestiones de gobernanza y valores.
Los "autoritarios mejorados" -parecidos a mi propia concepción del"pluralismo controlado"- plantean un dilema ético de "vaso medio lleno/medio vacío", y es posible que tengamos que seguir luchando con él, observando la dirección hacia la que probablemente evolucionarán China, Uzbekistán, Rusia y otros Estados en la próxima década.