Este artículo apareció por primera vez en el blog blog de Ética y Asuntos Internacionales.
Una de las narrativas emergentes sobre la política exterior estadounidense es el uso del cambio climático como principio organizativo central. Partiendo de la base de que la seguridad medioambiental genera seguridad nacional, este planteamiento da prioridad a los esfuerzos para proyectar influencia mediante la resolución o mitigación de los problemas medioambientales: para que Estados Unidos esté más a salvo de las amenazas climáticas, para construir una nueva base de relaciones con otros Estados y para generar beneficios.
El Foreign Policy Research Institute celebró recientemente un interesante simposio, sobre el "Valor ecológico del poder blando de Estados Unidos", en el que participaron Robert D. Kaplan, titular de la Cátedra Robert Strausz-Hupé de Geopolítica del FPRI, y el profesor Saleem Ali, cuyo programa de investigación se centra en la energía y el medio ambiente en la Universidad de Delaware. El punto de partida fue la biografía de Bob Gersony (El buen americano), funcionario y consultor del Departamento de Estado que durante varias décadas fue el "hombre clave" de Estados Unidos en todas las grandes crisis humanitarias y catástrofes naturales. En su debate, Kaplan y Ali, utilizando la carrera de Gersony como telón de fondo, analizaron cómo asuntos como la escasez de agua, las hambrunas y otros problemas medioambientales repercuten directamente en los esfuerzos por crear y mantener la estabilidad política y la seguridad regional e incluso mundial. Así pues, las cuestiones medioambientales no son sólo consideraciones "blandas", sino que conectan directamente con "cuestiones de poder duro", como las guerras civiles e interestatales, las migraciones y la estabilidad de las redes sobre las que descansa el sistema globalizado de comercio. Por tanto, la "ayuda ecológica" no es simplemente una cuestión de caridad, sino que, como señaló Kaplan, "entra dentro de la rúbrica de los intereses nacionales".
Lo que me pareció especialmente intrigante es el posible cambio en la forma en que Estados Unidos"exporta seguridad", más allá de la formación y el equipamiento de las fuerzas de seguridad, hacia el desarrollo, el fortalecimiento y el endurecimiento de la resiliencia ecológica, tanto para reducir los incentivos a la migración masiva como para reducir las fuentes de inseguridad, empezando por cuestiones como el agua y la seguridad alimentaria.
En última instancia, las consideraciones ecológicas y medioambientales pueden ayudar a generar lo que Bill Burns ha recomendado: "un claro sentido de las prioridades" que permita reinventar "las alianzas y asociaciones de Estados Unidos" y definir los "términos del compromiso (de Estados Unidos) en todo el mundo".