Este artículo se publicó por primera vez el 14 de marzo de 2020 y este extracto se reproduce con la amable autorización de The National Interest.Para leer este artículo en su totalidad, haga clic aquí.
La pandemia de coronavirus está poniendo a prueba un sistema global que ya empezaba a resquebrajarse. En lo que mis alumnos de la Escuela de Guerra Naval han denominado la condición de "globalización fracturada", el virus Covid-19 está acelerando una serie de procesos desintegradores, que podrían acabar marcando el comienzo del tan esperado mundo de la posguerra fría.
Tras la caída de la Unión Soviética, la apuesta que guió la política exterior estadounidense fue que el establecimiento de una serie de cadenas de suministro mundiales con fácil acceso al mercado estadounidense crearía comunidades de intereses que disminuirían los conflictos y aumentarían el atractivo de adherirse a las normas del orden internacional liderado por Estados Unidos, mientras que la reducción de las barreras aumentaría la prosperidad para todos. La oferta política tanto a las poblaciones nacionales como a los países de todo el mundo era que los "ganadores" de la globalización encontrarían formas de compensar a los "perdedores" y el resultado final sería un mundo pacífico e integrado compuesto por una comunidad internacional.
Este paradigma guió su aplicación más conocida, que fue un enfoque estratégico de China diseñado para encauzar su ascenso en la dirección de convertirse en una parte interesada responsable. También se reflejó en diversas iniciativas diseñadas para enredar e interconectar a los pueblos de todo el mundo. Para reforzar los acuerdos de paz de Egipto y Jordania con Israel, por ejemplo, se crearon zonas especiales en las que se podían producir o ampliar materias primas y componentes que luego se enviaban a Israel para mejorar su valor añadido. Después, se importarían a Estados Unidos como si fueran bienes de producción nacional. Durante dos décadas, Estados Unidos ha esperado que un corredor energético desde Turkmenistán a través de Afganistán hasta Pakistán e India pudiera generar apoyo a la paz. Se suponía que la culminación sería la Asociación Transpacífica y la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión, que habrían creado dos amplias zonas de libre comercio con Estados Unidos como piedra angular.
Pero este futuro se ha visto interrumpido por una serie de tendencias. La primera ha sido el creciente peso político de los autodenominados "perdedores" de la globalización, que se manifiesta en movimientos populistas tanto de derechas como de izquierdas en todas las democracias industriales de Occidente. Las fronteras y el proteccionismo han resurgido en un mundo del siglo XXI supuestamente sin fronteras, ya que los ciudadanos de Estados soberanos buscan barreras contra la llegada de forasteros y de bienes y servicios ajenos. La segunda es la capacidad de China para rehacer las reglas del mundo de la posguerra fría en su propio beneficio, en lugar de asumir el papel de suplente de Estados Unidos. Al adoptar las ventajas del sistema internacional liderado por Estados Unidos, Pekín no ha evolucionado en consecuencia sus formas internas de gobierno o su política exterior en la línea preferida por Washington. Los estadounidenses se sienten hoy menos seguros y más vulnerables, en parte porque han perdido la fe en la globalización. Parte de ello se debe al colapso narrativo por parte de los líderes políticos estadounidenses, sin duda, pero otra parte también proviene de las vulnerabilidades de la propia globalización.
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