Autor
Joel H. Rosenthal
Presidente, Carnegie Council
Ahora que los misiles HIMAR y Patriot, así como los carros de combate Leopard y Abrams, están de camino a Ucrania, la unidad de la OTAN se encuentra en un punto álgido. Se está hablando de los F-16 como siguiente paso en el apoyo al esfuerzo bélico, junto con una ayuda económica, política y de inteligencia coherente para hacer frente a la escalada de agresión rusa.
En medio de esta determinación histórica y heroica, falta algo: una ofensiva diplomática simultánea.
Por diplomacia no entiendo ningún tufillo a apaciguamiento. Al contrario. Un debate realista y pragmático sobre el final de esta guerra no debilitaría las perspectivas de éxito, sino que las reforzaría. También ayudaría a garantizar el apoyo continuado de los aliados más incondicionales de Ucrania.
La valiente defensa ucraniana de su libertad y su resistencia a la agresión rusa han animado y vigorizado a Occidente. Sin embargo, sigue habiendo interrogantes sobre cómo consolidar las victorias de Ucrania y cómo mitigar la actual guerra de desgaste.
Los hechos sobre el terreno importan. Y es comprensible que las partes beligerantes traten de alterar estos hechos antes de un eventual alto el fuego y conversaciones de paz. En la guerra hay pocas cosas seguras; sin embargo, a medida que este conflicto se acerca a su segundo año, la preparación de contraofensivas sugiere la probabilidad de una peligrosa escalada.
Mientras tanto, los costes humanos aumentan. Ucrania ha sufrido miles de bajas civiles, una reducción del PIB del 30%, graves daños en su infraestructura energética y una reducción de las exportaciones que ha desencadenado una crisis en el suministro mundial de alimentos. Las bajas militares rusas se cuentan por decenas de miles, mientras continúa el aislamiento político y económico. Estados Unidos está aumentando su producción de proyectiles de artillería en un 500% para satisfacer la demanda.
La inutilidad de la guerra es un tema antiguo. El reciente remake cinematográfico de la novela clásica de Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente occidental, es un recordatorio crudo y oportuno de la irracionalidad y el despilfarro de la guerra industrial. Diecisiete millones de muertos en cuatro años, la mayoría en combates por unos pocos metros cuadrados de barro entre trincheras.
Algunas guerras son necesarias y justas. La guerra de Ucrania es uno de esos conflictos, ya que la OTAN está con Ucrania frente a la catastrófica guerra de agresión de Rusia, salpicada por sus ataques contra infraestructuras civiles. Para cumplir con el alto estándar de apoyar una "guerra justa", es fundamental en este momento que los responsables políticos sigan conectando los medios de la guerra (el uso de la violencia) con los fines de la guerra (una paz justa).
La paz y la fuerza son dos virtudes que dependen la una de la otra. Los realistas más duros así lo entienden. No es casualidad que el padre del realismo moderno Hans Morgenthau concluyera su obra maestra La política entre las naciones con una oda a la diplomacia.
Esperemos que alguien en las oficinas de la OTAN esté consultando las "Nueve reglas de la diplomacia" de Morgenthau mientras los arsenales de la democracia siguen suministrando armas e inteligencia, y las operaciones en el campo de batalla continúan a buen ritmo. Entre las orientaciones que encontrarán allí está que "la diplomacia debe despojarse del espíritu de cruzada"; "las fuerzas armadas son el instrumento de la política exterior, no su amo"; y "el gobierno es el líder de la opinión pública, no su esclavo".
El atractivo de la victoria en el campo de batalla es grande. Pero la historia nos recuerda que las verdaderas victorias se consiguen en la mesa de negociaciones. La ventaja de Ucrania reside en sus argumentos morales y en el apoyo material de sus aliados. La escalada es necesaria hasta cierto punto, pero por sí sola será insuficiente para la tarea que tenemos entre manos.
Joel H. Rosenthal es presidente de Carnegie Council for Ethics in International Affairs. Suscríbase a su boletín President's Desk para recibir futuras columnas que traduzcan la ética, analicen la democracia y examinen nuestro mundo cada vez más interconectado.
Carnegie Council para la Ética en los Asuntos Internacionales es una organización independiente y no partidista sin ánimo de lucro. Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la posición de Carnegie Council.
