Cumbre de los BRICS de 2023 en Sudáfrica. CRÉDITO: GobiernoZA.

Cumbre de los BRICS de 2023 en Sudáfrica. CRÉDITO: GobiernoZA.(CC)

5 de octubre de 2023 - Artículo

Réquiem por el orden basado en normas: El caso de la ética neutral en las relaciones internacionales

El desmantelamiento del orden establecido

Independientemente de cómo concluya finalmente, la guerra ruso-ucraniana representa un acontecimiento sísmico que señala profundos cambios en el panorama mundial. La era unipolar está llegando a su fin, los principales países están más preocupados por su soberanía cultural y su autonomía estratégica de lo que lo han estado en décadas, y parece inevitable que la otrora dominante hegemonía occidental deba ceder gradualmente el paso a un sistema más diverso y multipolar.

El periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial fue testigo del ascenso de Estados Unidos y sus aliados como arquitectos de un nuevo orden internacional basado en la institucionalización de valores occidentales como la democracia y los derechos humanos. Este enfoque occidental de la gobernanza mundial -conocido como "orden basado en normas"- se ha enfrentado a crecientes desafíos. El ascenso de China, la subversión geopolítica de Rusia y la creciente asertividad de las potencias emergentes del Sur Global han erosionado el dominio occidental. El resultado es un mundo más diverso, caracterizado por la coexistencia de múltiples centros de poder, que desafían cualquier ideología o conjunto de valores sustantivos.

Vivimos en un periodo que quizá deberíamos denominar la Gran Transición. Estamos asistiendo a la aparición de un orden policéntrico, regionalista y basado en intereses, centrado en las potencias medias y los Estados civilizacionales: Estos Estados mantienen desacuerdos y rivalidades históricas, pero sin embargo están unidos en el rechazo a un sistema liderado por Estados Unidos, al que consideran la última instancia de un excepcionalismo occidental y de una arrogancia colonial que aborrece la diferencia genuina y las visiones opuestas del mundo. Con la gran potencia China respaldando este eje informal de no alineados y el bloque económico no occidental BRICS ampliándose a seis nuevos miembros, entre ellos Irán, Arabia Saudí y Argentina en 2024, ha aumentado la inquietud entre los observadores estadounidenses y europeos sobre el futuro del orden internacional que crearon y suscribieron desde 1945.

Aunque una parte fundamental de estas preocupaciones se deriva de cuestiones de poder y cambio estructural -después de todo, ninguna gran potencia (y menos una que haya pasado más de dos décadas como superpotencia mundial indiscutible) ve con buenos ojos que sus rivales la desafíen-, esta transición también plantea cuestiones cruciales sobre las futuras normas internacionales y la ética que debe sustentarlas. En los pasillos del poder de Bruselas, Londres y Washington DC se oye hablar mucho de la amenaza que se cierne sobre el orden "basado en normas" o de la importancia de una política exterior "basada en valores". Según estas élites, no proteger el statu quo existente y su marco normativo es una ofensa inexcusable que presagia la caída en la tiranía.

La perspectiva nietzscheana de los valores

Irónicamente, existen sorprendentes paralelismos entre la forma en que nuestra intelectualidad contemporánea ha reaccionado ante la gran transición y cómo la opinión pública del siglo XIX llegó a considerar al filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Nietzsche, después de todo, también vivió en una época de profundas transiciones sociales engendradas por la Modernidad. Con su famosa noción de la "muerte de Dios", Nietzsche recurrió al lenguaje alegórico para transmitir lo que él consideraba simplemente una observación empírica: que el advenimiento de la Modernidad y los cambios que había engendrado en Occidente también habían socavado la creencia en los marcos morales del cristianismo como orden atemporal y universal. Aunque desempeñó un papel fundamental en la evolución humana y en el surgimiento de las civilizaciones, la moral no era algo dado por Dios e inmutable, sino el producto de la adaptación de las comunidades humanas a sus necesidades únicas y circunstancias distintivas. Los valores, según Nietzsche, no se originan desde arriba ni desde el interior de nuestra conciencia o nuestros genes, sino que se conciben de abajo arriba y orgánicamente según las experiencias colectivas de grandes individuos y comunidades.

El cristianismo, argumentaba provocativamente Nietzsche, no era más que un sistema ético entre muchos otros; diferentes culturas y civilizaciones que abrazaban valores sustantivos distintos engendrarían, por tanto, éticas totalmente diferentes. La perspectiva de Nietzsche sobre los valores cuestiona la noción de un conjunto de valores único y universalmente aplicable a toda la humanidad. En su lugar, sugiere que los valores dependen de contextos históricos, culturales y sociales. Mientras que la cristiandad se había convertido en sinónimo de Occidente, la civilización occidental intentaba ahora justificar su sistema de valores sobre un nuevo terreno; desde el punto de vista de Nietzsche, ésta era la causa fundamental de la crisis moderna a la que se enfrentaba Occidente.

Los críticos de Nietzsche se apresuraron a tacharle de profeta del nihilismo y defensor del caos moral. Sin embargo, no entendieron en absoluto lo que quería decir. Nietzsche no defendía el nihilismo, sino que advertía de su llegada. Al ofrecer una genealogía de la moralidad como creación humana, esperaba proporcionar a sus discípulos más perspicaces un proyecto y las herramientas para dominar el arte de la ética con el fin de crear nuevos marcos normativos que resistieran e impidieran el nihilismo general, el malestar moderno por excelencia y la fuente de la decadencia cultural según el diagnóstico de Nietzsche.

"En un mundo en el que la política del poder se inclina hacia la diversidad, necesitamos por tanto principios éticos basados en el diálogo, la tolerancia y el consenso entre todas las grandes potencias".

La "muerte de Dios" y el "orden basado en normas"

La comparación es especialmente llamativa si consideramos que el actual orden basado en normas -aunque este orden haya sido suscrito por el poder estadounidense- es en última instancia un producto de la cultura moral anglo-protestante. Nietzsche no estaba tan en contra de toda moral per se, sino de una moral particularmente ressentimental que tenía un locus externo de comportamiento, que asoció con el judeocristianismo y que trató de sustituir (o "revalorizar") con un "contraideal" que pudiera abarcar la gama y profundidad de la experiencia ética del hombre desde una posición de fuerza.

Por supuesto, la principal preocupación de Nietzsche era explorar las condiciones necesarias para la cultura y la salud de la sociedad. Estaba motivado por el deseo de salvar y reanimar Europa. Pero sus ideas pueden aplicarse a las relaciones internacionales. El declive del orden internacional liberal posterior a 1945 y de sus "reglas" construidas no implica desorden y caos permanente, sino un tipo de orden alternativo que sitúa la multiplicidad por encima de la universalidad. Del mismo modo, presagia una crisis de autoridad moral y legitimidad, en esta ocasión provocada por el fin de la unipolaridad y el creciente escepticismo sobre el excepcionalismo y las pretensiones universalistas de la visión occidental del mundo. Pero aquí se presenta una oportunidad para reevaluar los principios fundamentales que guían las relaciones internacionales. Visto así, el cambio hacia la multipolaridad o el policentrismo no señala el fin de la ética internacional, sino que podría anunciar la aparición de un sistema normativo nuevo e instrumental basado en una ética funcional y neutral en cuanto a los valores.

Otro problema que Nietzsche observa acertadamente es que una moral universalista como el actual "orden basado en normas" depende de la imposición y la amenaza de castigo. Un paisaje policéntrico hace que la aplicación desde arriba de cualquier sistema de valores sea prácticamente imposible, incluso para las grandes potencias. En un mundo en el que la política del poder se inclina hacia la diversidad, necesitamos principios éticos basados en el diálogo, la tolerancia y el consenso entre todas las grandes potencias.

En otras palabras, necesitamos un modelo normativo que pueda ajustarse a los requisitos del pluralismo cultural global que el policentrismo produce inevitablemente. Una visión contraria de lo que debe sustituir a nuestra concepción universalista (occidental) del valor debe ser capaz de dar cabida a la distinción cultural y al pluralismo fundamental. Una coexistencia pacífica en un mundo pluralista (donde la paz y la armonía son los únicos valores intrínsecos) simplemente no puede aceptar un conjunto de valores sustantivos de una sola civilización y considerarlos universalmente vinculantes o absolutos. No obstante, para lograr dicha coexistencia se requiere un conjunto de reglas y principios generales: un sistema de costumbres y normas de conducta (Gr. Sitte) que conduzcan a un modus vivendi.

Una ética funcional y neutral desde el punto de vista de los valores para el pluralismo cultural mundial

En un mundo policéntrico, es esencial cultivar una ética funcional, instrumentalista y neutral desde el punto de vista de los valores. Esta ética da prioridad a la funcionalidad de las normas internacionales sobre la imposición de valores específicos y sustantivos. En lugar de exportar una democracia al estilo occidental o valores neoliberales, se centra en fomentar el diálogo, el reconocimiento mutuo, la resolución de conflictos y la búsqueda de intereses comunes entre naciones diversas.

Esta ética, inspirada en antiguas normas y prácticas diplomáticas que evitan la conformidad y la coerción, reconoce que las distintas culturas, sociedades y naciones tienen sus propios valores sustantivos y sistemas de creencias. No pretende imponer un único conjunto de valores, sino facilitar el diálogo y la cooperación basados en objetivos compartidos. Este enfoque reconoce que la diversidad global de visiones del mundo y valores es una realidad de la vida humana, y que promover la homogeneidad y la conformidad global puede ser corrosivo con el tiempo, causando desconfianza y conflictos.

El camino a seguir en esta era de pluralismo cultural global radica en cultivar un modus vivendi, una forma de coexistencia que reconozca y tolere las diferencias al tiempo que atiende a la necesidad pragmática de entendimiento, cooperación y estabilidad en un mundo complejo que a menudo se enfrenta a retos globales. Derivado de un nuevo realismo cultural, este modus vivendi debería esforzarse por descubrir los principios adecuados que le permitirían funcionar con menos conflictos: entre ellos se incluyen el no universalismo, el respeto mutuo, la inclusividad y el reconocimiento del rango y el estatus de todas las grandes potencias y civilizaciones, independientemente de sus valores, ideologías o formas de vida.

En un mundo así, las normas y reglas internacionales se basarían en una ética neutral desde el punto de vista de los valores que cree protocolos objetivos de compromiso para facilitar la comunicación y evitar malentendidos. No pueden equivaler a la imposición desde arriba de un conjunto concreto de valores e ideología que todos deban seguir.

Conclusión

Nuestro particular sentido de la moralidad en Occidente no debe impedirnos aspirar a perseguir lo que es sabio y correcto. El orden internacional en evolución, caracterizado por el policentrismo y la multipolaridad, pone en tela de juicio el orden convencional "basado en normas" dominado por Occidente. Partiendo de la perspectiva de Nietzsche sobre los valores, reconocemos que éstos dependen del contexto y no son innatos, atemporales o universales. Del mismo modo, el declive de nuestro antiguo régimen no significa el fin de la ética internacional. Si la transición actual se entiende correctamente, podría prometer el nacimiento de un nuevo sistema normativo basado en una ética funcional, neutral en cuanto a los valores, situacional y diplomática que tenga su principal preocupación en la gestión de las relaciones recíprocas entre las potencias mundiales.

En lugar de intentar imponer nuestros valores a los demás (por muy buenos o verdaderos que creamos que son), en Occidente deberíamos dar prioridad al compromiso con otras grandes potencias sobre la base de intereses comunes y objetivos compartidos. Aunque el poder relativo en comparación con los vecinos será el factor determinante a la hora de conceder estatus a los Estados, el Occidente liderado por Estados Unidos seguirá siendo uno de los polos de este nuevo orden. Pero para seguir siendo influyente, debe adaptarse, fomentar el espíritu de no injerencia en ámbitos ajenos al suyo y aprender a tratar a otros grandes Estados -tanto rivales como socios- como iguales.

En resumen, dentro del marco intelectual que ofrece el realismo cultural, necesitamos una ética instrumentalista y pragmática alternativa que 1) acepte las realidades de la política del poder y las esferas de interés sin moralizar ni proyectar una mentalidad maniquea sobre el mundo, y 2) se base en principios que conduzcan a un modus vivendi pluralista, como el reconocimiento mutuo y equitativo, el estadismo, la no injerencia, la humildad, la empatía estratégica y el diálogo abierto.

Este enfoque reconoce la diversidad de valores en el mundo como un hecho ineludible, pero la aprovecha para lograr un nuevo equilibrio basado en el equilibrio de culturas y civilizaciones, no en la hostilidad o la división. Mientras navegamos por las complejidades de este mundo multiplex emergente, la coexistencia pacífica entre todas las grandes potencias -grandes o medianas- se convierte en el valor intrínseco central de las relaciones internacionales. La clave para lograr esa coexistencia es cultivar un pluralismo cultural global que evite el pensamiento en blanco y negro y fomente la tolerancia. Si no lo hacemos ahora, se podría fomentar una espiral de políticas de poder excluyentes y guerras, convirtiendo el choque de civilizaciones y quizá el armagedón nuclear en una profecía autocumplida.

Carnegie Council para la Ética en los Asuntos Internacionales es una organización independiente y no partidista sin ánimo de lucro. Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la posición de Carnegie Council.

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