Resumen
No podemos medir el impacto del poder blando con fiabilidad, y sin embargo las naciones gastan miles de millones en diplomacia cultural y promoción de valores. Este problema de medición apunta a una cuestión más profunda: la incierta relación entre los marcos éticos y la influencia internacional. Este artículo explora cómo la metaética -el estudio filosófico de lo que hace válidas las afirmaciones morales- puede ayudarnos a entender por qué la diplomacia basada en valores resulta tan difícil de evaluar o ejecutar. Basándome en casos que van desde la promoción de la laicidad en Francia hasta la Iniciativa Belt and Road de China, sugiero que nuestra incapacidad para medir el poder blando se debe en parte a suposiciones no examinadas sobre cómo funciona el razonamiento moral en las distintas culturas. Puede que el análisis metaético no resuelva estas incertidumbres, pero ofrece un marco para examinar por qué los argumentos éticos parecen a la vez esenciales y poco prácticos en las relaciones internacionales. Quizá la cuestión no sea si el poder blando "funciona", sino qué entendemos por influencia ética en un mundo de marcos morales contrapuestos.
El problema de la medición en la ética internacional
Cuando Francia prohíbe los símbolos religiosos en las escuelas mientras defiende los derechos humanos universales, o cuando China promueve la "prosperidad compartida" mientras restringe las libertades políticas, las contradicciones parecen evidentes. Sin embargo, estas tensiones apuntan a algo más fundamental que la hipocresía: Carecemos de una forma fiable de evaluar si la diplomacia basada en valores consigue sus objetivos, o incluso cuáles deberían ser esos objetivos.
Consideremos la confusión actual sobre la influencia internacional. Los índices de poder blando clasifican a las naciones en función de sus exportaciones culturales, intercambios educativos y redes diplomáticas, pero estas métricas nos dicen poco sobre la influencia real. El Índice Global de Poder Blando de 2025 de Brand Finance ilustra esta paradoja: China ha superado al Reino Unido por primera vez, ascendiendo al segundo puesto con una puntuación de 72,8, demostrando "esfuerzos sostenidos para mejorar su atractivo económico, mostrar su cultura e impulsar su reputación como nación segura y bien gobernada". Sin embargo, esta mejora cuantificada nos dice poco sobre si la promoción de los valores chinos influye realmente en el comportamiento o simplemente refleja las metodologías de medición.
El problema no es sólo de medición, sino de claridad conceptual. Cuando las naciones proyectan valores a escala internacional, ¿qué intentan conseguir exactamente? ¿Un cambio de comportamiento? ¿Un cambio de actitud? ¿Aprobación moral? Sin objetivos claros ni parámetros fiables, el poder blando se convierte en un artículo de fe más que en una herramienta estratégica.
Tres filosofías de la verdad moral
El discurso de las relaciones internacionales asume a menudo el realismo moral: que ciertos valores son objetivamente correctos, a la espera de ser descubiertos o reconocidos por actores racionales. En este marco, las naciones promueven sus valores -ya sea la democracia liberal, el desarrollo socialista o el gobierno religioso- porque creen que representan verdades universales. El desacuerdo se convierte en una cuestión de que otros no reconocen la realidad objetiva.
Pero, ¿y si esta suposición es errónea? La metaética ofrece marcos alternativos que podrían iluminar diferentes aspectos de la dinámica del poder blando:
El constructivismo sugiere que las verdades morales surgen de procesos de razonamiento en lugar de existir de forma independiente. Las distintas culturas desarrollan valores diferentes a través de sus experiencias históricas particulares, los diálogos sociales y la evolución institucional. Desde este punto de vista, lo importante no es descubrir verdades preexistentes, sino comprender cómo construyen las sociedades sus marcos morales.
El antirrealismo niega por completo las verdades morales, considerando los valores como expresiones de preferencia y no como hechos. Aunque filosóficamente coherente, esta postura ofrece poca orientación para la diplomacia práctica.
Éstas no son las únicas opciones filosóficas, ni podemos decir definitivamente qué marco describe mejor la realidad. Otros enfoques -el relativismo moral, el expresivismo, la teoría del error- ofrecen sus propias perspectivas. El valor del análisis metaético no reside en declarar un ganador, sino en reconocer que nuestros supuestos sobre la verdad moral determinan nuestra forma de abordar la influencia internacional.
Consideremos las implicaciones: Si el realismo moral es correcto, las naciones con valores "correctos" tienen motivos legítimos para la promoción universal. Pero si el constructivismo tiene mérito, presentar valores culturalmente específicos como verdades universales resulta filosóficamente cuestionable. El marco que asumimos -normalmente de forma inconsciente- influye en si vemos la resistencia a nuestros valores como ignorancia o como una diferencia legítima.
Por qué las reivindicaciones universales generan resistencia
La mayoría de las naciones reconocen el desacuerdo empírico sobre los valores, pero mantienen la certeza filosófica sobre su corrección. Esto crea una posible ceguera ante marcos morales alternativos que puede socavar la eficacia del poder blando, aunque sigue siendo difícil probar esta conexión dados nuestros problemas de medición.
Considere cómo la Unión Europea fomenta la igualdad de género a través de su exhaustiva Estrategia de Igualdad de Género 2020-2025. La estrategia aspira a "una Unión en la que las mujeres y los hombres, las niñas y los niños, en toda su diversidad, sean libres de seguir el camino que elijan en la vida, tengan las mismas oportunidades de prosperar y puedan participar en pie de igualdad en nuestra sociedad europea y dirigirla." La Comisión Europea promueve esta visión en todo el mundo a través de la ayuda al desarrollo, el diálogo diplomático y la cooperación institucional, situando la igualdad de género tanto como un derecho fundamental como un imperativo de desarrollo. Los funcionarios de la UE saben que se enfrentan a resistencias en las sociedades tradicionales, pero suelen interpretarlas como "atraso" o extremismo religioso, en lugar de razonamientos alternativos potencialmente válidos sobre la organización social. Es difícil demostrar si este marco reduce realmente la influencia de la UE, pero sin duda determina cómo se desarrolla el diálogo, o no.
La misma dinámica podría explicar las reacciones al modelo de desarrollo chino. Los funcionarios chinos presentan el desarrollo dirigido por el Estado como objetivamente superior a los enfoques basados en el mercado, reivindicando la validez universal de lo que los constructivistas considerarían procedimientos de razonamiento culturalmente específicos. Los receptores pueden resistirse no a la ayuda al desarrollo en sí, sino al marco filosófico, aunque, una vez más, resulta difícil establecer la causalidad.
Incluso los países nórdicos, a menudo citados como éxitos del poder blando, complican las narrativas simples. Tienden a presentar sus modelos de bienestar como productos de circunstancias históricas específicas más que como imperativos universales. Según las organizaciones nórdicas de cooperación, el modelo nórdico de bienestar "suele ser aclamado como modelo en los foros internacionales", pero los países nórdicos suelen subrayar que "pocos países del mundo proporcionan una red de seguridad financiera tan buena y bien desarrollada", sin pretender que esto represente el único enfoque válido de organización social. ¿Aumenta esta modestia su influencia? Suponemos que sí, pero no podemos demostrarlo. Lo que sí podemos observar es que sus planteamientos invitan al diálogo en lugar de imponer la verdad.
Aceleración digital de las tensiones metaéticas
Las plataformas digitales intensifican estas tensiones filosóficas al hacer visibles simultáneamente marcos morales opuestos. Cuando los funcionarios europeos tuitean sobre los derechos de la mujer, el público puede encontrar inmediatamente perspectivas alternativas: marcos islámicos que hacen hincapié en los papeles complementarios, enfoques confucianos que dan prioridad a la armonía social, tradiciones indígenas con conceptos de género totalmente diferentes. De hecho, todos estos puntos de vista pueden encontrarse fácilmente en X/Twitter y otras plataformas de medios sociales.
Esta yuxtaposición constante hace transparentes los supuestos filosóficos. Afirmaciones que antes parecían naturalmente universales ahora parecen culturalmente contingentes. La velocidad de la comunicación digital amplifica las consecuencias: Los errores metaéticos que antes podían haber sido locales ahora se hacen virales en todo el mundo.
Sin embargo, las plataformas digitales también permiten un compromiso más sofisticado. Cuando las naciones reconocen la naturaleza construida de sus valores al tiempo que explican sus procedimientos de razonamiento, pueden entablar un auténtico diálogo en lugar de un monólogo moral. El reto consiste en desarrollar esta sofisticación filosófica manteniendo la convicción necesaria para una defensa eficaz.
Implicaciones prácticas para la diplomacia cultural
Si el constructivismo describe con precisión el razonamiento moral, se derivan varias implicaciones prácticas:
Reformular las afirmaciones universales como ideas contextuales. En lugar de declarar que "la democracia es el mejor sistema", las naciones podrían decir: "Nuestra experiencia con el colapso autoritario nos llevó a desarrollar instituciones representativas que abordan nuestros retos específicos". De este modo se respetan los razonamientos alternativos al tiempo que se comparte una valiosa experiencia.
Comprometerse con procedimientos de razonamiento ajenos. Antes de promover la economía de mercado en sociedades con tradiciones comunitarias, hay que entender cómo desarrollaron esas sociedades sus valores económicos. Esto revela puntos de auténtico compromiso en lugar de una supuesta superioridad.
Reconocer el aprendizaje recíproco. Las naciones occidentales podrían considerar realmente los planteamientos chinos de planificación de infraestructuras o los principios de las finanzas islámicas, demostrando que el razonamiento moral fluye en múltiples direcciones.
Estos enfoques siguen siendo en gran medida teóricos porque requieren una sofisticación filosófica que puede entrar en conflicto con las exigencias políticas nacionales de claridad moral. Sin embargo, a medida que el poder mundial se hace cada vez más multipolar, esta sofisticación puede llegar a ser competitivamente necesaria.
La paradoja constructivista
El constructivismo crea una auténtica paradoja para la influencia internacional. Si los valores surgen del razonamiento cultural y no del descubrimiento objetivo, ¿cómo pueden las naciones promoverlos internacionalmente sin incoherencias filosóficas? Surgen tres respuestas:
En primer lugar, las naciones pueden compartir sus procedimientos de razonamiento más que sus conclusiones, explicando cómo la experiencia histórica ha conducido a los valores actuales y reconociendo al mismo tiempo vías alternativas. En segundo lugar, pueden identificar preocupaciones comunes abordadas de forma diferente por diversas culturas, encontrando un terreno común sin pretender una verdad universal. En tercer lugar, pueden entablar un auténtico diálogo moral, permitiendo que sus propios valores evolucionen a través del encuentro con marcos alternativos.
Ninguno de estos enfoques ofrece la certeza moral que tradicionalmente subyace al poder blando. Sin embargo, en un mundo multipolar en el que el público puede elegir entre marcos competitivos, la humildad filosófica puede resultar más influyente que el absolutismo moral.
Abrir una conversación filosófica
La intersección de la metaética y el poder blando sugiere que quizá debamos reconsiderar los supuestos fundamentales sobre el funcionamiento de la ética en las relaciones internacionales. Más que ofrecer respuestas definitivas, el análisis metaético abre interrogantes críticos: ¿Qué es lo que da fuerza a las afirmaciones morales más allá de las fronteras culturales? ¿Cómo nos enfrentamos a procedimientos de razonamiento profundamente diferentes? ¿Pueden coexistir los valores universales con el pluralismo filosófico?
Estas cuestiones son importantes porque revelan fundamentos no examinados de la práctica diplomática. La dificultad de medir el impacto del poder blando, la controvertida recepción de la diplomacia basada en valores, la brecha entre la retórica ética y la acción política... estos retos persistentes podrían derivarse de suposiciones sobre la verdad moral que rara vez se someten a escrutinio.
Este análisis no resuelve estas tensiones, sino que las hace visibles y disponibles para su examen. Si el constructivismo ofrece ideas válidas sobre el razonamiento moral, entonces tal vez todo nuestro marco de pensamiento sobre los valores en las relaciones internacionales requiera una reconsideración. Sin embargo, incluso plantear estas cuestiones resulta difícil cuando la práctica diplomática exige claridad moral y la política nacional premia la certeza por encima de los matices.
Para los lectores Carnegie Council Council (académicos, responsables políticos y ciudadanos comprometidos con la ética en las relaciones internacionales), la metaética no es una solución, sino una lente. Proporciona un vocabulario para debatir cuestiones fundamentales que normalmente se dejan implícitas, marcos para comprender los fallos persistentes de la diplomacia cultural y, lo que quizá sea más importante, el permiso para reconocer la incertidumbre sobre asuntos que normalmente tratamos como resueltos.
La cuestión no es si la metaética proporciona el enfoque "correcto" de la influencia internacional, sino si ignorar estos fundamentos filosóficos sigue siendo sostenible a medida que las estructuras de poder mundial cambian y el público cuestiona cada vez más las afirmaciones universales. En un mundo multipolar en el que no se puede dar por supuesta la autoridad moral, quizá el primer paso sea simplemente reconocer que nuestras certezas sobre la ética en las relaciones internacionales pueden ser en sí mismas construcciones que merece la pena examinar.
Stuart MacDonald es fundador y director de ICR Research.
Carnegie Council para la Ética en los Asuntos Internacionales es una organización independiente y no partidista sin ánimo de lucro. Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la posición de Carnegie Council.