Este artículo apareció por primera vez en el blog Ethics & International Affairs.
Josh Rogin hace un seguimiento de la iniciativa de institucionalizar el transaccionalismo como principio rector de la ayuda exterior estadounidense. El proyecto de directiva deja claro que, en adelante, "los receptores de la ayuda deben apoyar los objetivos políticos y de seguridad clave de Estados Unidos".
Lo que esto indica no es simplemente un esfuerzo por reorientar la base del compromiso global de Estados Unidos, sino la debilidad de las narrativas del pasado para explicar y justificar la acción de Estados Unidos en el mundo. Aunque los profesionales de la seguridad nacional de Washington se muestren horrorizados ante las implicaciones de esta propuesta de reorientación, no se dan cuenta de que el principio fundamental expresado en la declaración mencionada resuena en todo el país. ¿Por qué no habría de haber una contrapartida clara a la ayuda estadounidense? De lo contrario, suena sospechosamente como una fórmula para que el contribuyente estadounidense siga subvencionando a otros sin ningún beneficio claro. De hecho, lo que resulta sorprendente es la dificultad que está teniendo la comunidad de expertos y think tanks para vincular las implicaciones negativas de este cambio a cuestiones"de puertas adentro" para los votantes medios.
Por eso Rogin incluye una observación crítica:
"'Necesitamos desesperadamente un nuevo consenso bipartidista sobre cómo utilizar nuestro poder blando para nuestra competencia de grandes potencias', dijo Daniel Runde, vicepresidente senior del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales".
Hasta ahora, tenemos varias narrativas que compiten entre sí, pero ningún sustituto parece estar ganando tracción.