Desde hace más de dos años, el hemisferio occidental se enfrenta a un reto sin precedentes: el incesante flujo de migración mixta. Entre las innumerables razones que obligan a las personas a huir de sus hogares, surge un hilo conductor: el peligroso viaje a través de la brecha del Darién, un tramo de 100 km de selva implacable entre Colombia y Panamá. Las estadísticas son asombrosas: más de 900.000 personas atravesaron este traicionero terreno entre 2021 y 2023, y ya se han documentado 110.000 en 2024, un aumento del 14% en comparación con el mismo periodo del año pasado. Diversos enfoques interinstitucionales en la región han dado prioridad a la búsqueda de formas de reducir el volumen de personas en movimiento. Pero como estos esfuerzos de disuasión no abordan las causas profundas de este flujo migratorio actual, no dan en el blanco de un enfoque basado en los derechos.
Y a pesar de los esfuerzos regionales a través de la Declaración de Los Ángeles de 2022 para hacer frente a este fenómeno hemisférico, persisten las lagunas en la protección de los derechos de los migrantes y solicitantes de asilo que caminan hacia la seguridad. En este contexto, el Convenio Modelo sobre Movilidad Internacional (MIMC, por sus siglas en inglés) ofrece un marco con visión de futuro diseñado para adaptarse mejor a las complejas necesidades de los problemas actuales en torno a la migración y la movilidad. Propone un sólido conjunto de mecanismos para catalizar los compromisos regionales -como los suscritos en la Declaración de Los Ángeles- hacia la acción, al tiempo que mantiene la rendición de cuentas a las personas afectadas como uno de los pilares principales.
Elinforme "Cruzando la brecha del Darién" del Council on Foreign Relations arroja luz sobre los complejos factores que impulsan esta ruta migratoria, revelando un mosaico diverso de migrantes procedentes de Venezuela, Ecuador, Haití e incluso de países tan lejanos como Angola, Bangladesh y Pakistán. Sin embargo, a pesar de una época marcada por la creciente diversidad en los países de origen de los migrantes, Estados Unidos sigue siendo inequívocamente el destino principal de la mayoría de los que recorren la ruta hacia el norte en busca de seguridad y nuevas oportunidades. Según el informe de Seguimiento de la Protección en la región de la Agencia de la ONU para los Refugiados, el 91% de los entrevistados indicaron que tenían intención de viajar a Estados Unidos. Cuando estas personas se adentran en la selva, no sólo se enfrentan a riesgos naturales, sino también a peligros de origen humano orquestados por grupos armados.
Según Human Rights Watch, los actuales esfuerzos regionales para garantizar el acceso a necesidades básicas como alimentos, agua y servicios sanitarios esenciales han demostrado ser inadecuados, afectando a los derechos básicos tanto de los migrantes como de las comunidades locales. Además, la falta de medidas de rendición de cuentas contribuye a perpetuar los crímenes contra las personas en movimiento, ya que en gran medida no se investigan ni se castigan. La escasa coordinación entre las autoridades colombianas y panameñas impide a las poblaciones afectadas acceder a disposiciones adecuadas de reparación, lo que intensifica la gravedad de los riesgos de protección a los que se enfrentan.
Más recientemente, la respuesta a este creciente tráfico peatonal a través del Darién ha sido seguir el enfoque estadounidense de la disuasión. José Raúl Mulino, el recién elegido presidente de Panamá, ha anunciado sus planes de cerrar la ruta migratoria, afirmando: "Panamá y nuestro Darién no son una ruta de tránsito. Es nuestra frontera. . . Quien llegue aquí será devuelto a su país de origen".
Sin embargo, a pesar de la gran atención que han suscitado, los sucesos del Darién no ocurren de forma aislada y son sintomáticos de un fracaso sistémico mayor a la hora de abordar el desplazamiento en el hemisferio. Como observa acertadamente el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, a menos que redoblemos nuestros esfuerzos para abordar las causas profundas y dar prioridad a la protección, la tragedia humana no hará sino empeorar. A la luz de esto, quizás el escenario podría impulsar una reevaluación de los marcos actuales, que corren el riesgo de quedar obsoletos dadas las realidades de las circunstancias modernas, catalizando potencialmente la aparición de soluciones innovadoras.
El MIMC ofrece un marco acumulativo que se adapta a los diversos movimientos mixtos de hoy en día, tratando de proteger mejor los derechos de las personas que cruzan las fronteras internacionales reafirmando sus derechos existentes y ampliándolos cuando esté justificado. Pretende colmar las lagunas del Derecho internacional vigente y establece un conjunto de normas que benefician por igual a migrantes, refugiados y Estados. Entre sus disposiciones clave se incluye una Plataforma Global de Planificación Integral encargada de establecer grupos de trabajo específicos para cada contexto con el fin de proponer soluciones a las situaciones prolongadas. Aunque la citada Declaración de Los Ángeles dio pasos positivos al promover una respuesta de emergencia coordinada como uno de sus cuatro pilares, un enfoque más matizado y en sintonía con las necesidades y carencias de los migrantes y solicitantes de asilo podría ofrecer una solución más centrada en la protección. Por ejemplo, teniendo en cuenta las recomendaciones de los grupos de derechos humanos, los Mecanismos de Cooperación Internacional en el marco de la MIMC podrían ofrecer un sistema más ágil para abordar adecuadamente los complejos estratos adoptando un enfoque más temático. Además, el MIMC propone responsabilidades especiales para los Estados de tránsito durante los periodos de movimientos mixtos, como la provisión temporal de protección provisional a los migrantes a la espera de que se adjudique o repatríe su estatus de forma segura y humana.
En conclusión, la difícil situación de los migrantes en la brecha del Darién exige medidas urgentes y soluciones innovadoras. Es hora de que los gobiernos trasciendan los paradigmas tradicionales y adopten un marco que sitúe los derechos humanos y la dignidad en su centro. El MIMC ofrece un modelo para un enfoque más humano y pragmático de la gobernanza de la migración, en el que nadie se quede atrás en las implacables profundidades de la jungla.
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