Nacido y criado en Seúl (Corea), Seungki Kim divide su tiempo entre sus tareas escolares como estudiante de tercer año en la British Columbia Collegiate School y la persecución de sus variopintos intereses, que incluyen el submarinismo, la música y la escritura. Le gusta aprender sobre los retos éticos a los que se enfrentan las sociedades y piensa estudiar relaciones internacionales y filosofía en la universidad.
TEMA DEL ENSAYO: ¿Existe la responsabilidad ética de regular Internet? En caso afirmativo, ¿por qué y en qué medida? En caso negativo, ¿por qué no?
Imagínese entrar en un aeropuerto para embarcar en un vuelo internacional. Uno pasa por controles de identificación, inspección de equipajes, control de pasaportes y, a veces, incluso más obstáculos sólo para llegar a la zona de puertas de embarque. Poca gente, quizá nadie, esperaría estas molestias con los brazos abiertos. Sin embargo, uno se somete a ellas sabiendo que son pasos necesarios para llegar sano y salvo a su destino. En cierto modo, los ciudadanos modernos hemos dado nuestro consentimiento tácito a estas medidas a cambio de la seguridad que necesitamos. No están ahí para acosarnos, sino para detener el flujo de personas y sustancias que nos causan daño. Regular los viajes significa garantizar la seguridad pública.
Se puede argumentar que deben existir los mismos controles en el ciberespacio para frenar el flujo de información perjudicial, la difusión de medios de comunicación abusivos y la realización de transacciones y comunicaciones ilícitas. Pero, ¿son esos breves inconvenientes la única contrapartida? En el ejemplo de la seguridad aeroportuaria, hay una serie de otras consecuencias ocultas que hacemos al pasar por las colas de seguridad. Los datos de los pasajeros que recogen las aerolíneas incluyen información biográfica básica, como el nombre y la fecha de nacimiento, e información de pago, como el número y el emisor de la tarjeta de crédito. Estos datos se transmiten a las agencias gubernamentales con el nombre de APIS, o Sistema de Información Anticipada sobre Pasajeros. Al pasar por los controles de seguridad, las cámaras de vigilancia graban el rostro, toman imágenes del contenido del equipaje y, a veces, hacen preguntas sobre el destino y el motivo del viaje. Una vez recogidos, los datos pueden utilizarse para múltiples fines, y las agencias gubernamentales los han utilizado sin demasiadas restricciones, ya que su secreto está garantizado por las leyes de seguridad nacional. En otras palabras, regulación y vigilancia van de la mano. La identificación eficaz de los riesgos casi siempre requiere una recopilación eficaz de información. La situación es como un registro domiciliario. Para identificar a una persona de riesgo, todo el espacio debe estar muy iluminado, todos deben facilitar sus datos personales y sus personas y pertenencias deben ser inspeccionadas minuciosamente. En resumen, la vigilancia permite la regulación; la segunda es imposible sin la primera.
Cuando hablamos del Internet de hoy en día, hay que tener en cuenta una cosa más, principalmente los big data. Junto con la inteligencia artificial y el aprendizaje automático, big data es una de las palabras de moda en la industria tecnológica actual, y no es difícil verla pontificada en los periódicos, reportajes de televisión, revistas tecnológicas, blogs y demás. Según el Glosario de TI de Gartner, los big data pueden definirse como "activos de información de gran volumen, alta velocidad y/o alta variedad que exigen formas rentables e innovadoras de procesamiento de la información que permitan mejorar el conocimiento, la toma de decisiones y la automatización de procesos". ¿Qué hay de la naturaleza de los macrodatos que potencialmente hace que la regulación de Internet sea más un peligro que un beneficio?
La última parte de la definición anterior arroja algo de luz sobre el objetivo final de los macrodatos: obtener el máximo conocimiento posible a partir de conjuntos gigantescos de datos que, de otro modo, serían demasiado grandes, borrosos e irregulares como para exprimir su significado. La analítica de big data funciona como un satélite que observa la Tierra y tamiza enormes cantidades de información visual llena de ruido para ver lo que antes permanecía invisible. De hecho, esta "visibilidad mejorada" permite, por ejemplo, a los gobiernos rastrear un solo misil, detectar un movimiento furtivo en territorio enemigo o localizar a una sola persona de interés. El peligro, sin embargo, reside en sus usos más retorcidos: dadas las nuevas vías de conocimiento antes inalcanzables, los gobiernos tratarán de acumular tantos datos como sea posible; y puesto que la naturaleza de los macrodatos implica que esa "visibilidad mejorada" no puede obtenerse a menos que se disponga de grandes cantidades de datos en primer lugar, es fácilmente previsible una caza de más datos. En resumen, uno de los principales usos de los macrodatos es mejorar enormemente la capacidad de vigilancia, nosólo contra los enemigos, sino también contra los propios ciudadanos de una sociedad democrática.
El crecimiento de la vigilancia no es nuevo. Con el advenimiento de la era digital, muchas organizaciones e instituciones, desde empresas privadas hasta organismos policiales y de seguridad, ya han movilizado en gran medida equipos diseñados para la vigilancia en espacios virtuales. Hoy en día, los individuos son vigilados de forma ubicua mediante la recopilación, el almacenamiento y el análisis de datos, que pueden extrapolar información sensible sobre las personas. La medida en que esta práctica se realiza sin el consentimiento previo de los usuarios individuales es alarmante. Con la desaparición de las barreras físicas, espaciales y temporales convencionales que antes bloqueaban las actividades de vigilancia de ciertos dominios inviolables, el entorno digital moderno ha erradicado de hecho la privacidad.
En el mundo actual, no hace falta más que un examen casual de la vida cotidiana para calibrar hasta qué punto se recopilan nuestros datos de forma exhaustiva, omnipresente e implacable. La vigilancia no se limita a zonas sensibles como los aeropuertos, sino que ha penetrado en nuestras actividades cotidianas y se ha adentrado en nuestra vida privada. En nuestra economía capitalista, el día típico está repleto de desplazamientos por el espacio comercial y de transacciones comerciales. Las empresas, por ejemplo, acumulan grandes cantidades de datos sobre los consumidores, que luego procesan y alimentan con algoritmos llamados analíticos para maximizar los beneficios. Se crean enormes bases de datos de consumidores a partir de registros de transacciones, grabaciones de cámaras de circuito cerrado, consultas telefónicas, encuestas a clientes, programas de fidelización, así como diversas tarjetas de identificación y acceso utilizadas por algunas empresas.
Dado que estas actividades sirven a intereses empresariales, están bien atendidas por otras empresas especializadas en la recopilación y el tratamiento de esos datos. La empresa británica Cambridge Analytica, que presuntamente obtuvo ilícitamente datos de usuarios de Facebook, es un ejemplo de ello. Este tipo de vigilancia, como "función" integrada en una amplia variedad de actividades mundanas, casi siempre conduce a una clasificación de individuos y grupos en categorías. Así pues, el desarrollo y la aplicación de actividades de vigilancia implican invariablemente la recopilación, clasificación, gestión, manipulación y comercialización de datos personales.
La inclusión de la esfera comercial en el ámbito de la vigilancia es significativa en el sentido de que la vigilancia se ha incrustado profundamente en sectores que podrían haber estado libres, aunque sólo hasta cierto punto, del control y la autoridad gubernamentales en el pasado. En la actualidad, se lleva a cabo de forma cooperativa entre organizaciones gubernamentales y entidades privadas: el gobierno, invocando su legítima autoridad para impartir justicia, exige datos a las empresas, que a menudo acceden a tales peticiones. En otras palabras, al vigilar a las grandes empresas, el gobierno también consigue vigilar a franjas mucho más amplias de la población. Al recopilar datos producidos por vastas poblaciones, el gobierno puede obtener otros datos que no están relacionados con los objetivos originales de la recopilación. Este método de adquisición de datos, comparable a los registros sin orden judicial, no sólo es ilícito, sino también contrario a la democracia.
Otro riesgo importante que podría derivarse de la regulación de Internet tiene que ver con la difusión no regulada de información privada: poner copias de información privada a disposición del análisis de datos da lugar a duplicados de la misma información privada, los llamados "datos dobles". El peligro es que dejan de estar físicamente ligados a sus propietarios humanos originales y rebotan por distintos procesos informáticos y se acoplan a datos diferentes para dar lugar a una nueva información significativa. Una vez creadas, estas sombras tienen vida propia, independiente de sus precursores. La estructura básica de nuestras comunicaciones digitales está configurada de tal manera que no puede funcionar sin la duplicación y difusión involuntaria de datos. Este círculo vicioso da lugar a la proliferación sin trabas de partes de la información privada, pensamientos y acciones de cada uno a una escala sin precedentes. Pasar de la disponibilidad a la explotación es fácil y puede hacerse de forma subrepticia precisamente por la naturaleza de la información digital. Dado que el único objetivo de los algoritmos de big data es extraer información significativa -es decir, separar las "señales" de un mar de "ruido"-, las preocupaciones sobre la privacidad se vuelven discutibles.
En conclusión, aunque la seguridad y la protección son preocupaciones importantes, la regulación siempre debe tener en cuenta sus efectos secundarios: ¿queremos más asuntos relacionados con datos personales que se conviertan en delictivos? ¿Confiamos en la capacidad y voluntad de nuestros gobiernos para regularse a sí mismos y su manejo de la información? Sí, existe una responsabilidad ética de regular Internet, en el sentido de que hay que detener el flujo nocivo de información y comunicaciones. Sin embargo, creo que debe ser un proceso de colaboración en el que participen todas las partes: ciudadanos, empresas y organismos gubernamentales. Como ocurre con cualquier ejercicio del poder, la conducta responsable y ética debe imponerse a través de ciertos controles y equilibrios de poder. Dar al poder administrativo aún más capacidad para husmear en nuestras vidas privadas, en este momento, me parece una solución muy hobbesiana, no menos peligrosa que mantener Internet como el escenario libre que es hoy.