Carnegie Council adopta un enfoque pluralista de la ética. Si bien descarta la idea de que todas las normas son igualmente válidas, el Consejo tampoco acepta que sólo haya una lente aceptable a través de la cual ver las cuestiones éticas. El diálogo entre sociedades con tradiciones éticas vibrantes pero diversas es esencial para una cooperación significativa en problemas globales difíciles.
El pluralismo, en pocas palabras, es empatía por la diversidad al tiempo que se busca lo que hay de común en la humanidad. Es el intento de ver algún valor humano común incluso en medio de prácticas culturales diferentes. Los pluralistas sostienen que todas las sociedades han desarrollado códigos del deber y la moderación que promueven alguna noción del bienestar humano. Lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de comprender esas normas, cómo se han desarrollado y por qué, incluso si no estamos de acuerdo con ellas. Esta empatía mejora las perspectivas de una argumentación moral constructiva.
El principio básico de cualquier análisis normativo sigue siendo la idea de los derechos. Carnegie Council considera los derechos como derechos y protecciones en relación con deberes y responsabilidades. El reto para un análisis del comportamiento internacional basado en los derechos reside en cómo trazar los límites de tales reivindicaciones. ¿Qué significa tener un derecho universal? ¿Cómo pueden aplicarse estos derechos? ¿Cuál es la comunidad pertinente para las reivindicaciones individuales de derechos? En una época de profunda integración económica, preocupaciones compartidas por el cambio climático mundial, grandes migraciones y flujos crecientes de tecnología e información, ¿es viable seguir hablando de comunidades separadas? ¿O es necesario e inevitable un enfoque planetario?
Al considerar las obligaciones de las exigencias éticas relacionadas con los derechos, nos acercamos inevitablemente al resbaladizo concepto de equidad. En un contexto internacional, estamos acostumbrados al modelo de comportamiento clásico del actor racional, que sugiere que los Estados buscan maximizar el poder, tanto en política como en economía. Pero en esta era de la globalización, la reciprocidad emerge como una obligación central de las relaciones entre Estados. ¿Quién debe qué a quién? ¿Cuál es la naturaleza de nuestras conexiones económicas, sociales y políticas? ¿En qué consisten nuestros deberes horizontales (hacia los demás) y verticales (entre generaciones)? Ya no basta con pensar en nosotros mismos como actores individuales que actúan dentro de un conjunto de acuerdos sociales. No sólo somos ciudadanos, sino también consumidores y miembros de una sociedad civil anidada en una economía global, un clima global y una cultura global. Visto de este modo, el interés propio se define en términos generales como lo que podría denominarse "interés propio ilustrado", es decir, lo que es bueno para uno es probable que también lo sea para los demás.
Llevados al nivel estatal, los intereses nacionales deben verse en términos de responsabilidades globales. Las aspiraciones nacionales deben considerarse a la luz de las fuerzas de la compleja interdependencia y las normas internacionales. El objetivo es desarrollar un enfoque basado en principios de los asuntos internacionales.