Las Cuatro Libertades de Roosevelt me son tan familiares como mi ciudad natal de Seattle, Washington. Son algo que, como ciudadano estadounidense, he dado por sentado toda mi vida. ¿Dónde estaría yo -dónde estaríamos todos- hoy sin las libertades de expresión, de culto, de la miseria y del miedo?
Pero a veces una experiencia innovadora puede arrojar nueva luz sobre un lugar o un conjunto de ideas conocidos. Así ocurrió durante el ciclo de conferencias en cuatro partes "América y el mundo: Dimensiones éticas del poder", celebrado el año pasado en el Eckerd College y copatrocinado por Carnegie Council on Ethics and International Affairs. Los cinco ponentes del ciclo -Nancy Birdsall, John B. Judis, William F. Schulz, Michael J. Smith y Joel Rosenthal- se centraron en las opciones éticas a las que se ha enfrentado Estados Unidos en la elaboración de su política exterior tras el 11 de septiembre. En concreto, examinaron los ámbitos de los derechos humanos, la construcción del imperio, la justicia económica y el desarrollo.
En algún momento de la serie, a mí y a muchos otros nos pareció que estos oradores estaban proporcionando una especie de boletín de calificaciones sobre los progresos realizados por Estados Unidos en la realización de la visión de Roosevelt sobre el orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial. Empapado como estaba de la literatura del New Deal de FDR por haber trabajado en mi libro, The Global New Deal, tenía curiosidad por ver cuánto habíamos avanzado en la construcción de un orden mundial basado en principios éticos.1 ¿Habíamos progresado sustancialmente o estábamos retrocediendo, sobre todo desde los atentados del 11-S? De estos notables académicos y profesionales surgieron ciertos temas normativos comunes, que resumimos en este folleto sobre las Cuatro Libertades.
Las cuatro libertades
El 1 de enero de 1941, Franklin Delano Roosevelt (FDR) dictó lentamente en su pequeño estudio de la segunda planta de la Casa Blanca su famosa declaración de esperanza de "un mundo fundado sobre cuatro libertades humanas esenciales": libertad de palabra y de expresión; libertad de religión; libertad frente a la miseria; y libertad frente al miedo. FDR creía que no se trataba de una visión para "un milenio lejano", sino de "una base definitiva para un tipo de mundo alcanzable en nuestro propio tiempo y generación". Los editores de periódicos declararon que el presidente había dado al mundo "una nueva Carta Magna de la democracia", y las Cuatro Libertades se convirtieron en la piedra angular moral de las Naciones Unidas.2 En consecuencia, las Cuatro Libertades constituyeron la base de los principios éticos internacionalistas que se encuentran en la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que surgieron de la gran depresión y de las guerras mundiales del siglo XX.
Debemos subrayar que, en su contexto original, las Cuatro Libertades fueron concebidas como un marco moral global en el que basar la reestructuración de las relaciones internacionales tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras que el "New Deal" de FDR era ante todo un programa interno de reforma destinado a proteger a los débiles y vulnerables de Estados Unidos, las Cuatro Libertades abordaban un escenario más amplio. FDR se dio cuenta de que la seguridad nacional y la prosperidad económica de nuestro país dependían de la creación de un sistema mundial cooperativo basado en principios éticos.
FDR pidió libertad de expresión y religión "en todas partes del mundo". Buscaba la libertad frente a la necesidad en "términos mundiales", es decir, "acuerdos económicos que garanticen a todas las naciones una vida saludable en tiempos de paz para sus habitantes en todo el mundo". Y, por último, la libertad del miedo traducida en términos mundiales significaba "una reducción mundial de los armamentos hasta tal punto y de forma tan completa que ninguna nación esté en condiciones de cometer un acto de agresión física contra ningún vecino, en cualquier parte del mundo". FDR pidió un "nuevo orden moral" basado en la "supremacía de los derechos humanos en todas partes".
FDR nos proporciona así una base planetaria para un liderazgo mundial ético. En esencia, afirmó que es moral y políticamente inaceptable ignorar los problemas mundiales de derechos humanos, incluida la difícil situación de los pobres del mundo. Esta conclusión ética se basa no sólo en principios morales abstractos, sino también en una nueva concepción de la seguridad nacional. FDR se dio cuenta de que la seguridad de los ciudadanos estadounidenses (libertad frente al miedo) no podía alcanzarse mediante la mera afirmación del poder militar. Reconoció que un estado de miedo constante, alimentado por la carrera armamentística, no crea un gobierno seguro, sino más bien una condición de inestabilidad e inseguridad. La seguridad global, por otra parte, puede construirse sobre principios que incluyan la libertad y la democracia, en lugar del militarismo. La primera libertad de Roosevelt, "libertad de palabra y de expresión en todo el mundo", es, por tanto, fundamental para la creación de unos Estados Unidos seguros y justos.
En gran medida, la actual administración Bush ha dado prioridad a las Cuatro Libertades de Roosevelt en su política exterior: la promoción de la democracia (libertad de expresión), las iniciativas religiosas (libertad de culto), el libre comercio y la liberalización económica (libertad frente a la miseria), y la seguridad y la guerra contra el terrorismo (libertad frente al miedo). En este folleto exploramos las difíciles opciones éticas a las que se enfrenta la administración Bush al intentar poner en práctica esta visión.
Las cuatro libertades como principios rectores
Pocos discuten la posición de dominio hegemónico que ocupa la única superpotencia mundial, Estados Unidos, en la política mundial actual. En casi todos los indicadores de recursos de poder, Estados Unidos se ha erigido, al menos desde la caída del Muro de Berlín, como el Estado más potente y contundente del mundo. Este poder le da la posibilidad de hacer tanto un enorme daño como un inmenso bien. La legitimidad moral de Estados Unidos depende, en gran medida, de cómo el país sortee estos riesgos morales.
Las relaciones internacionales y la política exterior requieren una elección moral. Los responsables políticos pueden justificar sus objetivos y acciones por ser "de interés nacional". Sin embargo, sus decisiones tienen consecuencias morales, aunque los responsables políticos no sean conscientes de la naturaleza moral de sus elecciones. La acción ética en la comunidad global implica restricciones morales sobre los actores estatales y no estatales, así como deberes morales. La globalización aumenta la importancia de esta acción ética. Todos los Estados, incluido Estados Unidos, se enfrentan a los retos y vulnerabilidades de la interdependencia económica, medioambiental y de seguridad.
Los estudiosos de Carnegie Council llevan mucho tiempo sosteniendo que la condición previa para la acción ética es la conciencia moral. La mayoría de los ciudadanos reconocen que nuestras vidas privadas están llenas de decisiones éticas sobre nuestro comportamiento personal y nuestro trato a los demás seres humanos. Las decisiones de los responsables políticos sobre el comportamiento del Estado hacia otros Estados, las religiones y los pobres también están llenas de opciones éticas. Tales decisiones tienen consecuencias morales, especialmente las que se toman por motivos estrechamente definidos de "interés nacional" a corto plazo.
Las Cuatro Libertades de FDR proporcionan una visión ética a los responsables políticos y a los ciudadanos para la política exterior en el complicado mundo actual. Estas cuatro ideas -libertad de expresión, libertad religiosa, libertad frente a la miseria y libertad frente al miedo- proporcionan una brújula moral y una escala ética sobre la que evaluar los planes de acción y sus consecuencias. Las compensaciones entre reivindicaciones válidas basadas en derechos son difíciles. Pero un verdadero "político moral" luchará, como escribió Kant hace tanto tiempo, por utilizar la ética para "cortar el nudo que la política no puede desatar".
1. William F. Felice, The Global New Deal: Economic and Social Human Rights in World Politics (Rowman & Littlefield, 2003).
2 . Townsend Hoopes y Douglas Brinkley, FDR and the Creation of the UN (Yale University Press, 1997), pp. 26-27.
3. Immanuel Kant, La paz perpetua (1795).